Gris
Gris era una persona gris. Vivía en una casa gris, de un barrio gris, en una población gris. Su familia era gris y tenía un trabajo gris. Porque a lo largo de su vida había seguido todos los pasos que se esperaban de una persona gris, no se había desviado ni un pelo. Y por supuesto sus hijos seguirían su mismo camino. Todo estaba pautado en su mundo gris.
El gris era el único color que había conocido y aunque le habían hablado de que existían otros colores siempre tenía como lema de vida “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Un día estaba hablando con su hijo y este le explicó, no sin titubeos, que tenía sus dudas sobre lo que tenía que hacer al pensar en su futuro y el hijo le dijo: “es que a veces oigo una vocecita…”. Gris se sorprendió porque de repente tuvo un vago recuerdo, le había pasado algo parecido cuando era muy joven…, “cosas de la niñez” pensó en aquel entonces, pero ya hacía muchos años de eso. Y Gris le preguntó: “¿Y qué te dice esta vocecita?” y el hijo le contestó:
“ARRIÉSGATE”
Cada vez que recuerdo los años vividos en mi niñez una ligera sonrisa me ilumina la cara.
Recordar ese entorno determinado por lo establecido, lo que tenía que ser, que daba poco margen a la improvisación porque salirse implicaba traspasar la frontera del miedo y ésa sí que no era fácil de evitar, sobretodo cuando percibes que los que te tienen que dar seguridad, los adultos que te educan, reflejan temor en su mirada si uno se sale de la raya. Y yo, que conste, que vivía en una familia con recursos económicos, no teníamos problemas de ese tipo en casa pero curiosamente a mí éso no me daba la alegría del día a día. En la escuela me podía encontrar con compañer@s que tenían mucho menos que yo pero que sin embargo se les veía tan felices y tan satisfechos de la familia que les había tocado… Bueno, o al menos era así como yo lo interpretaba… El día que hablé con mi padre por primera y última vez de la vocecita que escuchaba en mi interior supe, al mirarle a la cara, que el único que podía decidir seguir en ese mundo gris era yo y tal como me decía la vocecita me arriesgué. Ya han pasado muchos años desde aquella tarde pero la siento como si fuera hoy. Recuerdo que mientras hablaba con él posé la vista en el jardín que teníamos. Pensé “¡qué colores tan intensos! nunca me había fijado…” Fué la primera vez que realmente los veía y me arriesgué a sentir, a decidir qué quería hacer, a aprender a quererme con mis virtudes y mis defectos, a disfrutar de mis éxitos y a acoger y aprender de mis fracasos, a disfrutar de las diferencias, a darme el derecho a evolucionar, a cambiar.
Ahora cuando repaso mi vida me siento orgullo@ de lo que soy porque elegí vivir la vida intensamente con todos sus colores.