Conectándose
Llevaba tiempo que sentía que se le escapaba la vida, los días se le hacían otra vez demasiado
largos y era consciente de que su energía vital había disminuido notablemente.
Desconocía qué era lo que le había llevado a estar así, pero esas sensaciones que vivía no eran nuevas y
sabía lo que tenía que hacer… aunque no estaba del todo convencida, siempre lo había evitado
por lo que implicaba respecto principalmente a la gente que quería, por tener que distanciarse
de ellos, aunque fuera por un tiempo…
En el lugar donde vivía, cuando se perdía la ilusión por la vida, los sabios ancianos aconsejaban
contactar con la madre naturaleza. Había muchas formas de hacerlo, pero la más frecuente era
abrazarse a la Madre Gaia y formar parte de ella el tiempo que fuera necesario para volver a
sentir la Vida.
Decían que era una experiencia única pero que no todos estaban preparados,
por eso siempre la había evitado, pero ya no quería seguir haciéndolo.
Aquel día se dirigió al precioso árbol que había escogido de su bosque preferido y sin mirar
atrás le dio un fuerte abrazo, a los pocos segundos empezó a sentir como poco a poco iba
formando parte de él, al principio solo de su corteza, pero lentamente acabó conectando con
su esencia.
Llegó a viajar hasta lo más profundo de sus raíces y sentir el calor de la Madre
Tierra, y cuando ya estuvo suficientemente preparada, viajó hasta lo más alto de sus ramas y lo
más alto de sus hojas, y pudo sentir la brisa que le acariciaba bajo aquel plácido beso que le
dio Padre Sol.
Las sensaciones eran tan intensas y vividas que, tal como ya le habían explicado
los que habían pasado por esta experiencia, no había palabras para definirlas. Con el vigor
renovado decidió finalizar su estancia allí y despertar de aquel largo abrazo con el que empezó
su viaje…
Al hacerlo se dio cuenta de que había pasado más tiempo de lo que a priori se
imaginó y entonces fue consciente de lo que podía suponer cuando se reencontrase con los
que dejó, deseando que estuvieran todos.
Salió del que había sido su maravilloso hogar durante ese tiempo, ceremoniosamente recogió
las pertenencias con las que entró, una a una, le hizo gracia ver lo que se había llevado y
recordar cómo era su vida antes. Sentía una fuerza interior inexplicable y sabía que algo había
cambiado de forma irreversible. Sonrió al sentir esa convicción.
Tenía muy presentes cada una de las enseñanzas que había aprendido. Le acompañaron el
resto del principio de su nueva vida, porque sabía con certeza que ya nada era igual.
Ana María Alepuz
Psicóloga General Sanitaria